
En Soto del Real, en el Centro sociocultural, a la entrada
del salón de actos, se pudo ver estos días atrás una exposición de temática japonesa, titulada “La mujer en el
haiku”, con la que la cárcel celebró el día de la mujer.
Según el autor de las obras, Darifé, “el tema se puede ver desde una doble vertiente: puede tratarse de la mujer que aparece en el haiku, como tema recurrente, cualquiera que sea el sexo del poeta que escribe, o bien de la mujer como compositora del haiku ella misma.” Es decir, la mujer como objeto del arte o como artista, poetisa en este caso. Mientras observo las obras, mi pensamiento echa a volar.
La mujer que escribe poemas dentro de un cuadro; una hermosa idea para atender, quizá con más detenimiento de lo habitual, a la situación de la mujer en nuestro país y en el mundo entero. Ahora la mujer ya no es solo, o no debería ser, una musa destinada a ser encerrada en un museo o servir de inspiración a algún artista.
La mujer, sin dejar de ser arte, es decir, sin que sea necesario que se pierda la admiración por su belleza o sus virtudes, es también autora del arte. Es algo que parece obvio en nuestra sociedad actual, al menos es lo que se pregona sin cesar desde posiciones políticamente correctas, pero se sabe que los hechos dicen una cosa bien distinta al respecto. A lo largo de la historia, las mujeres artistas han sido amordazadas, maniatadas, de forma explícita o más o menos sutil, para impedir su expresión artística. Basta echar un vistazo a las pinturas del Museo del Prado para comprobar cuántas pintoras había en el pasado. Ha habido grandes mujeres artistas en todos los ámbitos, se podría reprochar, pero no las que podían haber existido de ser las cosas distintas. Y la inercia de la historia llega a nuestros días, igual que la queda que cada vez coge más velocidad al bajar por la ladera de una montaña. Cuántas obras habremos perdido,
cuántas genialidades, cuánto conocimiento; el de la mitad de la humanidad nada menos. En las exposiciones de arte contemporáneo hay más mujeres que antes, sin duda, pero en comparación con los hombres, todavía son minoría, lo que indica que es necesario seguir mejorando.
Si se piensa en Japón, tema de la exposición de Soto del
Real, enseguida se vienen a la mente las Geishas, mujeres única y exclusivamente educadas para servir al hombre. No es algo que ya solo pertenezca al pasado. Hoy en día, los turistas que visitan Tokio se acercan en masa a ciertos barrios para contemplar a esas Geishas del siglo XXI que caminan por sus calles. La figura de la Geisha es, independientemente de la riqueza cultural que personifique, la sacralización por excelencia de la mujer objeto, una figurita de Lladró de carne y hueso.
¿Quién querría para una amiga, una hermana
o una madre, para cualquiera, una vida así? La pervivencia de la Geisha en el Japón de la actualidad habla muy bien de su sociedad. En los recientes Óscar, en el apartado de documentales, había una película nominada, “Black Box Diaries”, en la que una periodista
cuenta el infierno de su violación en Japón y su posterior lucha frente a un sistema judicial machista. Shiori Itō, víctima y directora del documental, reconstruye la noche en la que fue agredida por Noriyuki Yamaguchi, un prestigioso reportero e íntimo amigo del exministro Shinzo Abe. Ella es la impulsora del movimiento “Me Too” en Japón y se ha convertido en una pionera en la denuncia como lo fue en su día Nevenka Fernández en España.
Su investigación, plagada de vídeos grabados con su teléfono, reuniones con sus abogados o grabaciones ocultas con la policía conmocionó a la sociedad japonesa en 2022 y dejó al desnudo no solo a un arcaico sistema judicial, sino también, por extensión, a todo un estado; los jueces aplican leyes hechas por quienes legislan, a quienes, a su vez, vota democráticamente la población, etc.
Mujer y arte, el arte del cine en este caso, se conjugan de manera espectacular para contribuir a un mundo más justo. Se dice que Japón es el tercer país más rico del mundo; España se encuentra entre los quince primeros. A bote pronto, da la impresión de que hay cosas que no se pueden medir solamente por criterios económicos, me digo, mientras aparto la mirada de uno de los cuadros expuestos en prisión. Sí, el arte sirve para algo. Y, de camino al módulo, reparo en que acabo de cambiar de opinión sobre otra cuestión: los días de la mujer, del trabajador, de una enfermedad rara, de cualquier causa noble, no son un brindis al sol si no se quiere que
lo sean. Un examen de conciencia sobre un asunto de ese tenor vale muy bien para escapar de nosotros mismos, no sólo de los encierros físicos, sino también del excesivo mimo de nuestro ombligo, aunque solo sea por un ratito. Pero ese ya es otro tema.
Por: Lucas Gómez