Semana Santa de emoción y esperanza para los internos

Con humildad, una vez desnudos de ego, estamos mejor preparados para seguir el camino del amor que conduce a la salvación, no solo una vez fallecidos sino también durante la vida. Por tanto, la consecución de la humildad es el primer paso, quizá el más esencial, de la senda que ha de seguir todo individuo que pretenda ser humano. El símbolo por excelencia de este mensaje se expresó de forma conmovedora en la prisión de Soto del Real durante la misa de Jueves Santo, esto es, el lavatorio de pies.

Enseguida llegó quien había de presidir la ceremonia, el Obispo Auxiliar de la Archidiócesis de Madrid, don José Antonio Álvarez, acompañado del Obispo Emérito, don Rómulo Emiliani, del Vicario Episcopal, don Ángel Camino y del capellán Paulino Alonso y el padre Manuel Gallego. Después, acudieron decenas y decenas de internos que llenaron hasta los topes el recinto de la celebración. A doce de ellos, tras una conmovedora ceremonia, el Obispo los lavó, uno a uno, los pies, que luego secaba y besaba como símbolo de la mencionada humildad. A no pocos de los presentes se les encharcaban los ojos, emocionados también por la música del coro.

El Viernes Santo, por su parte, amaneció sumido en una niebla cargada de llovizna en la prisión de Soto del Real. “Va a llover y me temo que no vamos a poder hacer la procesión”, se lamentó el hermano mayor de la hermandad de Jesucristo el Nazareno de Colmenar Viejo, encargado de dirigir la procesión. Pero el padre Paulino Alonso, capellán de la prisión, con una seguridad que sorprendió a muchos, repuso: “no va a llover, estoy seguro”, toda vez que el año anterior, en 2024, la celebración se tuvo que realizar dentro del salón de actos del centro sociocultural a causa de la lluvia.

Estas conversaciones tenían lugar en la entrada del centro sociocultural entre los nazarenos, vestidos de morado y venidos también de Colmenar Viejo, miembros de la banda del mismo pueblo y los más de cuarenta seminaristas que quisieron acompañar a los internos en un acto tan importante para todos. Con todo, la presencia más destacada era la réplica de Jesucristo el Nazareno que, descalzo, con su corana de espinas y la cruz al hombro, esperaba a los costaleros para recrear el Vía Crucis entre flores blancas y rojas.

Antes de que comenzara la procesión, el padre Paulino habló a los internos sobre el significado e importancia de lo que a continuación se iba a celebrar. Luego, una vez sacada la imagen de Jesucristo al exterior, empezó la marcha. El calor de los corazones inmunizaba a los presentes contra el frío. Dieciocho costaleros, todos ellos reclusos, se turnaban de seis en seis para sobrellevar el peso del Cristo. Al compás marcado por el capataz, precedidos por los nazarenos que abrían la marcha y seguidos por numerosos fieles, lentamente la procesión fue por todos los módulos de la prisión, donde a sus puertas esperaban los internos, que recibían con júbilo a la imagen divina. Las guitarras del coro de capellanía y los tambores de la banda de música de Colmenar Viejo acentuaban aún más la solemnidad de la ceremonia. Una vez en la puerta de los módulos, a veces un interno y otras un miembro del coro cantaba una saeta. “Se siente el arte, el flamenco, el orgullo del gitano de poder cantarle a Dios”, explicó a Ecos de Soto un recluso del módulo tres que, con su voz, puso los pelos de punta a los procesionarios. Después de cada saeta, tras una prédica de aliento a los presos en boca del padre Paulino, se rezaba a palabra alzaba un padre nuestro y la procesión retomaba su marcha hacia otro módulo.

“Este es un símbolo precioso de lo que es algo mucho más profundo: la experiencia en la prisión de muchos que se están acercando más a Jesús, al Señor. Al hacer esta procesión estamos haciendo ver lo que está pasando en el alma de muchos; Jesús está llegando”, aseguró Rómulo Emiliani a Ecos de Soto, que junto al padre Paulino y Manuel Gallego caminaban con sentida unción justo detrás de la imagen de Jesucristo.

Fue el propio don Manuel Gallego, el que con sus palabras cerró el círculo del gran sentido que para funcionarios e internos, para todos los que forman parte de la comunidad penitenciaria, tuvo el Viernes Santo en Soto del Real: “Para muchos internos privados de libertad la cárcel es también un lugar de Dios, un lugar donde en medio de su dolor, de su sufrimiento encuentran a Dios, y estos momentos son momentos de gracia también para ellos. Momentos que les dan energía para poder rehacer su vida, para que llegue un día en que puedan disfrutar la libertad verdadera y poder convivir en paz con todos”..

Lucas Gómez