PEDRO SIMÓN,
escritor y periodista de El Mundo.
Ganador del último Premio Primavera de Novela con Los ingratos. Dirige el curso de Periodismo Social de Unidad Editorial y gracias a sus artículos ha sido galardonado con premios como el Ortega y Gasset en 2015 o Periodista del Año de la Asociación de Periodistas de Madrid en 2016.
¿Qué es la ejemplaridad?
Pregunta Pedro Simón a los integrantes del Club de Lectura del C.P. Soto del Real. Ejemplaridad es rehacerse, levantarse. Desde hace dos años, cada dos meses, coordinados por funcionarios del centro y con la colaboración del responsable de la Biblioteca Municipal de Soto del Real, Juan Sobrino, y voluntarias del municipio, los integrantes del Club leen un libro y se reúnen en un coloquio junto con una docena de internos para comentar el libro y su autor. Por primera vez desde la puesta en funcionamiento del Club, pudimos contar con la presencia en el debate del periodista y escritor Pedro Simón, autor de la novela Los ingratos. Tras el coloquio, visitó la redacción de Ecos de Soto, en donde surgió esta entrevista:
La frontera entre periodista y escritor siempre ha sido muy delgada, y hay muchos casos de periodistas que han hecho ese viaje. ¿Es un camino de ida y vuelta continuo? ¿O en algún momento se deja de ser completamente periodista o escritor?
Un periodista o un reportero es alguien que te lleva de viaje, es como un taxista. Un escritor es alguien que te lleva de viaje pero con más gente dentro. Sería más parecido a un conductor de autobuses. Los vasos comunicantes entre una cosa y otra son muy comunes, lo que pasa es que cuando la actualidad está tan cabrona y polarizada, la ficción siempre es un buen respiradero por el que salir. Siempre digo que cuando eres periodista eres un gran esclavo, porque tú no puedes sacar del talego a la persona que tienes delante, ni puedes hacer que esa mujer que no tiene trabajo lo encuentre, ni puedes hacer que ese niño que tiene una enfermedad neurodegenerativa se recupere. Pero cuando eres escritor, un novelista, eres como un pequeño dios, porque sí que puedes sacar a esa persona de la cárcel, sí que puedes sanar a ese niño, y sí que puedes encontrar trabajo para esa mujer.
Qué es el periodismo social? ¿Siempre se ha situado en él desde que tuvo vocación de periodista?
A mí me interesa el periodismo que es profundamente humano. El que habla de la gente. El que habla demasiado de números o de análisis no me interesa. Me interesa el que le pone cara, ojos, el que me cuenta cómo una persona lleva los cordones de las zapatillas desatados o cómo le tiembla la voz al hablar conmigo. Ese es el que me interesa. Para ser buen periodista hay que ser empático. Si eres empático te metes en la piel del otro y solo si te metes en la piel del otro puedes tratar de explicar ese otro a la gente. Siempre me he situado en esta vocación de tender puentes, porque creo que el periodismo tiene que dedicarse a eso, a tender puentes, y a quitar etiquetas, porque la gente no es una loca, ni es una puta, ni es un yonqui…, todos somos mucho más complejos, porque lo otro es simplificar, es poner una etiqueta. Nos da mucha tranquilidad etiquetar a los demás.
¿Cómo convive ese periodismo social, comprometido y con valores que usted practica, con el otro periodismo de gran consumo, despiadado con las personas, que solo busca el share o el clic?
Pues se convive mal. Yo a veces me siento como una especie de dinosaurio en extinción, pero sí que creo también -por no parecer un señor mayor ni alguien muy reaccionario-, que los nuevos formatos también pueden servir para contar grandes historias. Que hoy más que nunca hay soportes que pueden contar historias maravillosas. Con audios, con vídeos, con buenos textos, con buenas imágenes. Lo que pasa es que hay un tipo de periodismo que inmola todo lo humano en ese altar del beneficio y del clic rápido. Y creo que eso está haciendo mucho daño. Sobre todo, a nosotros los periodistas. Porque seguimos en ese descenso en espiral que significa que la gente nos vea siempre con ojos bastantes sospechosos. Que la gente lo vea como si fuera materia prima para los periodistas es algo bastante horroroso, pero cada vez se da más.
“Siempre he pensado que todos somos intercambiables y todos podemos estar dentro de prisión. Solo se tienen que dar las circunstancias para que estemos”
Usted cree en la ejemplaridad de las cosas rotas, personas que han caído y se han levantado. Como se puede imaginar, en un centro penitenciario hay muchas personas caídas y muchas heridas. ¿Se ha acercado alguna vez al mundo penitenciario?
Sí. He estado en varias prisiones como Soto del Real hace años, en Valdemoro, en Zuera y en prisiones de Perú como Ancón 2. Siempre he pensado que todos somos intercambiables y todos podemos estar dentro. Solo se tienen que dar las circunstancias para que estemos. Basta con que un día te quedes sin curro, con que al día siguiente tengas un problema con tu pareja, con que al siguiente tengas un problema de consumo, o con que al siguiente se te cruce alguien por el camino o tengas un día malo, para que todos acabemos ahí dentro. Creo en la ejemplaridad de las cosas rotas porque me parece muy ejemplar que alguien desde lo roto, o alguien que ha pasado por el talego o alguien que ha tenido un problema de consumo, luego ha rehecho su vida y tiene una panadería y ha conseguido tener una familia y es feliz y vive en paz. A mí me parecen mucho más ejemplares esas biografías que ganar 14 Grand Slam como Nadal. Me parece mucho más ejemplar y por supuesto tiene mucho más que ver conmigo porque ninguno somos puros. La palabra pureza tiene mucho que ver con el fascismo y yo abomino de ella. Me gusta la impureza, me gusta la gente que comete errores porque yo los cometo. Hay una canción de Los Punsetes que dice que ‘no eres de los míos si no la puedes cagar’, y yo digo lo mismo.
La salud mental es uno de los agujeros que nuestra sociedad intenta tapar. Se cambiaron centros de cuidado para enfermos por tratamientos de pastillas. ¿Nuestra sociedad ha dado pasos atrás en el cuidado de estas personas, tratando de diluir este problema?
Esta pregunta la contestaría mejor alguien con un problema de salud mental o que estuviese en la cárcel, por ejemplo. Yo tengo la sospecha de que sí, de que es más barato echarle pienso al enfermo, con perdón de la expresión, a modo de pastillas como si fueran gorrinos para que se sacien y que la gente esté atontada, antes que hacer tratamientos integrales que son más caros y que necesitan más recursos. Hemos dado pasos atrás en esto, pero lo que sí puedo decir, porque lo he vivido cerca, es el vacío tremendo que hay cuando tienes un adolescente con problemas mentales. O tienes cinco mil euros para llevarle a un centro, que es un lugar al que puedes enviarle solo si tienes mucha pasta, o te lo comes con patatas; su adolescencia, sus ataques de ira, su trastorno bipolar, su consumo, etc. Y esto es un problemón de consecuencias a medio plazo casi inabarcable.
“Cuando eres muy joven eres todo lo que te queda por delante, pero cuando vamos cumpliendo años, eres mucho de esa mochila que llevas detrás”
Otro de los grandes olvidados hasta ahora ha sido el suicidio, gran problema también en el mundo penitenciario. Este año ya se ha dado la voz de alarma en la opinión pública y han saltado las alarmas y las estadísticas, al dejar constancia de los números, sobre todo en jóvenes. ¿Por qué no se ha mirado de frente a este asunto durante tanto tiempo desde el periodismo ni desde las autoridades gubernamentales?
Yo creo que el suicidio sigue generando un espeluzno muy grande. Todos conocemos a alguien que se ha suicidado, aunque es raro en la familia de uno, pero sí, puede ser alguien conocido, alguien del pueblo o algún vecino. Y nos da mucho miedo por lo incomprensible que es. Cuando no comprendemos algo tendemos a cerrar esa caja. Por eso es un tema que no está sobre el tablero. Quizá está ayudando mucho que la gente con cierta popularidad salga a hablar del tema y a decir que va al psicólogo, que lo ha pasado mal o que ha tenido una depresión. Y no pasa nada por eso. Me parece muy importante que se hable.
En su libro Memorias del alzhéimer, representa esta enfermedad con una goma de borrar. ¿Cómo se puede vivir cuando se va borrando nuestra memoria? ¿Qué borra esta enfermedad además de la memoria?
Decía Borges que «somos la memoria, ese montón de espejos rotos». Cuando eres muy joven eres todo lo que te queda por delante, pero cuando vamos cumpliendo años eres mucho de esa mochila que llevas detrás. Pero cuando de repente pierdes esa mochila, parece que te quedas sin hacer pie. En cualquier caso, lo que sí creo, y no lo digo solo yo sino todos los terapeutas, es la importancia de los afectos. Me contaba Antonio Mercero hijo, ganador del Premio Planeta, sobre su padre que tuvo alzhéimer. Era una anécdota preciosa en la que José Luis Garci y otro amigo guionista iban a buscar a su padre todos los lunes cuando ya tenía la enfermedad, para bajar a tomar un café o una cerveza. Se lo llevan a tomar algo y Mercero se callaba, porque ya no los conocía muy bien, pero él escuchaba y aunque vivía cerca, a escasos cincuenta metros, a veces se perdía y le tenían que acompañar a casa. Hubo un día que les dijo: «no sé quiénes sois, pero sé que os quiero» Y eso me parece muy maravilloso. Hay que dar mucho afecto, mucho cariño y estar ahí, porque esa persona seguramente a lo mejor no sabe quiénes somos, pero sí sabe que nos quiere.
“Puedes tener pasta para dar la vuelta al mundo o para comprarte un yate, pero nunca tendrás pasta suficiente para volver al lugar donde más feliz has sido”
Su última novela, Los ingratos, transcurre en un pequeño pueblo de la España rural. Cada vez hay más gente que no tiene pueblo, y que no sabe lo que es el medio rural. ¿Puede ser por esto que no importe que se estén perdiendo los pequeños pueblos?
El que no ha nacido en un pueblo, es hijo del que ha nacido en un pueblo. Y el que no, ha ido a veranear a un pueblo o tiene un vínculo con el friso más maravilloso de su vida que es la adolescencia. Igual que hay santuario para las ballenas o para los delfines, los pueblos deberían declararse santuarios de la felicidad. Y yo sospecho que las soluciones no van tanto porque pasen cosas en los pueblos los fines de semana, como si fuesen un zoológico para guiris, para turistas o para forasteros que vamos en fines de semana, en vacaciones o en Navidades; sino que pasen cosas de lunes a viernes. Eso tiene que ver con el empleo, la conexión a internet, con que sea un lugar de oportunidades, escuelas y polos de desarrollo.
¿Hemos olvidado que nuestra sociedad ha nacido en los pueblos, y que somos los herederos de esa España que cambió la calle de tierra por la de asfalto?
Seguramente que sí, aunque estamos todos estos baby boomers, que es una palabra horrorosa y que somos todos los que tenemos cierta edad, que empezamos a peinar alguna cana y llevamos esa mochila que pesa. Para nosotros están y estarán los pueblos. Por eso muchos damos la coña con libros como Los ingratos, porque estamos ahí, todavía en ese paisaje, en el lugar más feliz del mundo que para un español de 50 años son esos 16 o 17 años, y seguramente tiene que ver con un pueblo, y con una época de verano, y con un momento en el que se está poniendo el sol, y seguramente el momento en el que estás con un amigo o con una amiga al lado. Son esos momentos que no vuelven. Tú puedes tener pasta para dar la vuelta al mundo o para comprarte un yate, si has robado mucho, obviamente con guante blanco que son los que más roban…, pero nunca tendrás pasta suficiente para volver al lugar donde más feliz has sido, que es la adolescencia y que seguramente tiene que ver con un pueblo.
Cuéntenos acerca de sus actuales proyectos, algo que se pueda contar, por supuesto. ¿Nueva novela? ¿Alguna historia que le haya hecho desviarse de su camino?
Pues estoy terminando una novela que saldrá entre octubre y noviembre, que se llama Los incomprendidos y trata de la historia de un padre y una madre en el día de hoy y su relación con su hija adolescente. Es una novela que habla de la culpa, de la incomprensión, que habla de los silencios. Aparte de esto, seguir contando historias en el periódico y llevando de viaje a la gente como buen taxista que es este humilde reportero.
Los ingratos
Pedro Simón
Espasa, 2021
La historia del paso de los pueblos a las ciudades. El viaje de las calles de tierra a las de asfalto, a través de los ojos de un niño, que como miles en años 60 y 70, dejaron atrás recuerdos y experiencias que nunca olvidarán. Pedro Simón nos ofrece una novela emotiva, que nos invita a reordenar el valor que damos a los sentimientos y a los seres queridos, que sin saber muy bien por qué dejamos atrás.
JOSÉ MANUEL DOMÍNGUEZ
Redactor de Ecos de Soto.Foto: Daniel Fortesque.