Guillermo es un joven seminarista diocesano, que durante casi un mes ha estado acompañando al padre Paulino en su misión pastoral. Ha visitado los módulos y ha asistido a lo que es la labor cotidiana, y nos ha querido contar lo que ha significado para él la experiencia.
Cuando uno piensa en la cárcel, le vienen a la cabeza imágenes de tristeza, enfado, violencia… Y la verdad es que creo que es lógico pensar en ello, pues la situación de los que están allí dentro no es nada fácil y perfectamente podría darse ese ambiente triste y desesperanzado. Pero, como muchas veces sucede (gracias a Dios), la realidad supera los prejuicios, y lo que yo me encontré en Soto del Real este verano es totalmente distinto.
El Seminario de Madrid me envió a tener una experiencia en la pastoral penitenciaria durante el pasado verano acompañando al padre Paulino. Lo cierto, es que ha sido una de las vivencias que más me ha marcado de todas en las que he estado. La diferencia entre las caras que yo esperaba encontrarme y las que me encontré pasa por un hombre que, entregando su vida a Dios, sirve a los hombres: Paulino.
Nada más entrar en la cárcel, fui consciente de que la pastoral allí no iba a ser para nada como yo esperaba. El servicio que pretendía prestar al final lo recibí yo, y esto pasa siempre que entregas tu vida al Señor, que al final Él te devuelve cien veces más. Acompañando a Paulino me daba cuenta de que la misión que yo tenía que hacer ahí dentro era simplemente amar a todas las personas que me iba encontrando, desde los funcionarios hasta los presos, a todos. Veía cómo Paulino se preocupaba por todos los presos, de todos los módulos, sin importar las condiciones de quienes tenía delante. Nunca vi que juzgara a ninguno de ellos por lo que hubiera podido hacer en otra etapa de su vida, ni vi que pudiera sentirse mejor que ellos, porque no lo es. Paulino únicamente estaba haciendo lo que Dios le pedía hacer: amar al prójimo, quererlo, estar con él, consolar y curar el dolor del corazón, y mostrarles el camino hacia Cristo. Sólo quería transmitir que existe un Dios que ama profundamente a todos los hombres, y también, y de un modo muy especial, a los que se encuentran en las cárceles, pues para ellos vino al mundo, para llamar no a los justos, sino a los pecadores, y Paulino lo mostraba muy bien al creer realmente en todos los internos, y valorarlos como personas que son.
Queridos amigos de Soto, fue tanto el afecto que viví con vosotros que aún a día de hoy asaltáis muchas veces mi oración y la termino dando gracias por todos vosotros, por lo mucho que me habéis enseñado, por la acogida con la que me recibisteis sin conocerme y por el esfuerzo que hacéis para, poco a poco, cambiar el corazón y dejar que Cristo entre en él. Sigo pidiéndole a Dios que os conceda el consuelo y la esperanza, y que pronto podáis vivir la vida para la que habéis sido creados. Incluso dentro de la cárcel uno puede vivir plenamente, y lo sé porque Dios está ahí dentro, vosotros me lo habéis enseñado, y donde está Dios, hay plenitud, hay felicidad, hay amor. Levantaos, alzad la cabeza y acoged el perdón que Dios os ofrece para que podáis construir la vida que deseáis. Que los muros de la prisión no encierren vuestros deseos, estos están en vuestro corazón colocados por Dios, el que verdaderamente os ama.
Os doy las gracias por permitirme descubrir a Dios en cada uno de vuestros rostros y cicatrices, en vuestros sufrimientos y dificultades, en vuestra alegría y esperanza. Y gracias, Paulino, por enseñarme a amar.
Guillermo. Seminarista