José Luis de Castro es Magistrado del Juzgado de Menores de la Audiencia Nacional y del Juzgado Central de Vigilancia Penitenciaria.

José Luis de Castro es Magistrado del Juzgado de Menores de la Audiencia Nacional y del Juzgado Central de Vigilancia Penitenciaria. Tiene 59 años, orensano de nacimiento y orgulloso de serlo, desde los 25 años está en la judicatura y hace 30 que llegó a los juzgados de vigilancia penitenciaria.

Ecos de Soto: Buenos días y gracias por su visita y hacernos un hueco en su apretada agenda.
José Luis de Castro: Buenos días, lo primero las gracias os la doy a vosotros. Me parece que estáis haciendo una labor extraordinaria, es una forma de mostrar una realidad.

“Cuando te enfrentas a la realidad penitenciaria, y vienes de otro mundo que no conoces, tienes que tener humanidad”

Hemos podido leer, que le definen como un magistrado humanista. ¿Qué supone eso para alguien que todos los días ve expedientes de internos privados de libertad?
Este año, en diciembre, hace 30 años que de forma casual y totalmente azarosa, llegué a la jurisdicción penitenciaria. Con 28 años había ascendido a magistrado. Tenía las maletas preparadas para marcharme a Tenerife a un juzgado de lo civil. La vida es la que te dirige, luego nosotros, somos los que elegimos el camino. Me llevó a Valladolid a un juzgado de instrucción que en unos meses se convirtió en juzgado de vigilancia penitenciaria.

Fue ahí cuando me enfrenté con la realidad de aquellos años. Fue un período muy complicado, muy difícil, pero lo recuerdo con mucho cariño, porque me enfrentó a la enfermedad, a las necesidades de las personas y al mundo de la droga.

Paz Fernández Folgueroso, que fue directora general de Instituciones Penitenciarias, tuvo la valentía de reconocer la existencia de las drogas en las cárceles. Y se implantaron distintos programas específicos. Cuando te enfrentas a esa realidad y vienes de un mundo que no conoces, tienes que tener humanidad, porque si no serías un monstruo, no tiene mucho mérito.

Es cierto que en estos años ha cambiado mucho todo lo que es el sistema, así como la actividad delictiva en España. A nivel penitenciario estamos viviendo momentos muy buenos, frente a esos momentos anteriores, que fueron muy duros.

Hemos leído en una entrevista que le hicieron, que siempre había querido ser juez. ¿Por qué?
Mi idea original era ser arquitecto, a mí me apasiona la arquitectura. Empecé unos meses a estudiarla, pero tuve un problema de salud, un problema de visión en un ojo. Entonces reflexioné, y me planteé, ¿qué puedo hacer que juegue con el equilibrio y que tenga armonía? Y pensé en derecho. Es cierto que cuando la empecé, me entusiasmaba la idea de ser juez, porque veía que era una figura muy creativa.

“En el caso de que su padre estuviera condenado por un delito de vulnerabilidad de menores, ¿sería capaz de perdonarle?”

Cualquier magistrado tiene mucha responsabilidad. Usted como Magistrado del Juzgado de Menores de la Audiencia Nacional y del Juzgado Central de Vigilancia Penitenciaria tiene en sus manos lo más preciado para una persona, que es la libertad. ¿Cómo lo valora?, ¿cómo influye en su día a día?
Intento siempre ver a la persona, para mí es lo más importante, el ponerle cara a la gente, no nombres y apellidos, pero si cara. El pensar que detrás de cada persona que está cumpliendo condena, lo que hay es un sufrimiento. El delito, es un causante de dolor, frente a la víctima, frente a la familia de la víctima, frente a la familia del victimario y frente del victimario.

Estando de juez en Plaza de Castilla, vino un muchacho para hablarme de su padre. Cuando vienen a visitarme, nunca veo el expediente antes, primero les escucho. Y fue entonces cuando me habló de su padre, de la necesidad que tenía de que se recuperarse. Cuando se fue y vi su expediente, apareció para mí uno de los delitos que más me disgustan y que más rechazo me producen, que es todo el tema de pederastia, pedofilia, todo aquello que esté relacionado con la vulnerabilidad de los menores. Pero esa visita me generó una pregunta personal, muy inquietante y que he hecho muchas veces a mis alumnos en la universidad: en el caso de que sus padres estuvieran condenado por un delito de esa naturaleza. ¿Cuál sería la respuesta de ustedes frente a él? ¿Ustedes serían capaces de perdonarle? Es una pregunta que dejo abierta. Para mí aquello, supuso un punto de inflexión, porque me di cuenta que la vida hay que verla desde una perspectiva poliédrica. Uno no puede ser un informe, hay muchos prismas, hay muchos colores, hay muchos matices. Y el matiz que me daba ese muchacho, para mí era una enorme lección. Y eso es lo que yo quiero plantear a través de mi trabajo.

Está claro que la pandemia nos cogió a todos por sorpresa. ¿Cómo cree que influyó en la vida de penitenciaria? ¿Lo ha tenido en cuenta en sus decisiones?
Lo primero quiero agradecer y reconocer al cuerpo de funcionarios de prisiones, y a la población interna, por su respuesta ejemplar. Lo que había podido convertirse en un polvorín fue un comportamiento impresionante, que se merece el mayor de los premios y el mayor de los reconocimientos.

Es cierto que había una necesidad real de intentar, por decirlo de alguna manera, excarcelar, suavizar, enviando a casa a aquellas personas con menos riesgo social y menos riesgo delictivo. Y así se hizo en muchos casos. Se actuó con mucha responsabilidad y valorando desde la perspectiva judicial y el control de legalidad. Todas y cada una de ellas se ajustaron a derecho. Hubo ocasiones que se adelantaron unos meses, pero realmente se respondió conforme a la ley.

Hemos podido escuchar un podcast de la cadena ser, sobre una experiencia personal suya. ¿De qué forma le ha cambiado a la hora de abordar decisiones que tengan que ver con los internos que tienen problemas de salud mental?
Mire, vamos a hablar claro, porque no es ningún tabú. Yo me tuve que enfrentar desgraciadamente a un proceso de enajenación mental de mi padre, que viví en primera persona. Me enfrenté a una realidad en donde no hubo un apoyo por parte del Servicio de Salud. No pongo para nada en duda la labor de los médicos, pero creo que el sistema no funciona. Además hay un añadido, no funciona respecto a las familias.

De lo que me di cuenta es que yo no sabía nada, y no tenía ayuda de nadie. Hablaba con los médicos y me decían que tenía que escuchar a mi padre. Volvía a hablar con ellos al día siguiente y les decía que le veía peor que ayer y me decían, “no escuche usted nada, no diga nada, porque realmente lo que hace es aumentar la situación de ansiedad y de enajenación que tiene”. Fue cuando me di cuenta que era necesario establecer una Ley de Salud Mental. Si esto los llevamos al ámbito penitenciario, la situación se triplica. Es mucho más problemático porque estamos con personas que están encerradas. Creo que en este momento, la gran deuda que tiene la administración penitenciaria, es resolver los problemas de salud mental.

Hace unos años, se planteó el tema de que tendrían que desaparecer los hospitales psiquiátricos penitenciarios para incorporarlos a las redes de salud ordinaria. Esto realmente es muy positivo desde la perspectiva teórica, pero si como yo lo he vivido en la práctica, el sistema ordinario de salud es escaso, no funciona, no hay medios. Se han mantenido los hospitales de Alicante y Sevilla, pero de verdad creo que realmente hay que hacer una apuesta muy seria: contratando a profesionales, estableciendo programas de tratamiento específicos y desde luego que las personas con problemas mentales, su sitio no son las enfermerías.

Además del interno enfermo, tenemos la otra parte, la del interno que tiene familia fuera que no deja de ser otro enfermo psicológico, por la preocupación del familiar que tienes internado.
A mí me ha sorprendido de forma muy negativa —disgustándome— cuando ha habido algunas excarcelaciones por razones de enfermedad de personas que eran muy conocidas o de delincuentes muy radicales con delitos muy graves. Sorprendiéndome la postura de algunas instituciones: una la iglesia católica, que fue muy crítica con eso, y otra algún sector médico. Nosotros parece que olvidamos que cuando nuestra legislación sitúa esa casuística en el articulado de grados y libertad condicional, debería establecerse como una normativa excepcional por razones humanitarias.

Me he hartado por activa y por pasiva de explicarlo, pero siempre se une al período luctuoso. “¿Cuántos años va a vivir esta persona?” Mire usted, una persona con un problema de corazón, puede vivir muchos años o puede morirse mañana, lo importante es que nosotros tengamos los medios para que esta persona tenga una vida digna y una vida lo más favorable, respecto a sus tratamientos de salud. ¿Que luego las personas a las que se les concede estos grados o estas condicionales su periodo de vida es mayor?, pues bendito sea Dios.

Una persona que está en un centro penitenciario muy enferma, tiene unas necesidades fisiológicas, pero también tiene unas necesidades anímicas, sentimentales, la necesidad de afecto por la vulnerabilidad que te genera la enfermedad, porque genera miedo. Y eso es lo que nosotros tendríamos que potenciar y trabajar. Y en mi opinión se está haciendo. Yo al menos es de lo más orgulloso que me he sentido. Obviamente con aquellas personas que sabemos que generan un riesgo ínfimo a la sociedad.

En todo español que se precie, hay un seleccionador de fútbol, últimamente también un juez. Muchos de esos juicios mediáticos luego los tiene que ver. ¿Es fácil abstraerse? ¿Llega a sentir presión social en alguno de estos casos?
Sería un hipócrita si le dijera que la presión mediática no existe. Otra cosa es como uno se enfrenta a ella. Mantengo una regla en mi vida, y es que marco los tiempos. Cuando a mí me llega un interno, analizo el expediente y voy marcando los tiempos salvo que, el equipo de tratamiento me diga otra cosa —que es el que conoce al interno— y ellos son los especialistas, yo no lo conozco. Pero desde la perspectiva de la ejecución penal, marco los tiempos y me da exactamente igual la presión mediática. Es decir, no voy a negar que obviamente es una inquietud, pero realmente no me influye, porque en ese sentido tengo muy claras las decisiones que tengo que adoptar, y creo que lo he demostrado en todos los años. No me genera ningún miedo.

“Las modificaciones penitenciarias han ido cada vez más endureciendo la ejecución de las penas, no el delito”

¿En España se cumple con el espíritu de artículo 25.2 de la Constitución?
Cuando se aprobó la ley del 79, la Ley Orgánica General Penitenciaria —que fue la primera ley de la democracia— vino luego el primer Reglamento Penitenciario que tuvimos. Fue un momento realmente precioso. Todo estaba por construir, todo estaba por hacer y en consecuencia había un espíritu muy voluntarista. Al mismo tiempo existía la necesidad de apostar por la reinserción. Lo que he visto en los últimos años es que, las modificaciones legislativas han ido poniendo cada vez un sistema de endurecimiento en la ejecución de penas, no en el delito. Es curioso, por ejemplo, la reforma del Código Penal que rebaja lo que son las cuantías de las penas en determinados delitos. Pero luego lo que se hace es que, en la ejecución penitenciaria, por ejemplo, el periodo de seguridad impide la clasificación hasta la mitad de la condena y esas dificultades de ejecución son enormes. Por eso quiero pensar, que seguimos con el espíritu que nos marca la Constitución como fin primordial, pero sin desconocer —y es una valoración subjetiva —que esa desproporción no encaja con la seguridad que tiene España.

¿Cuál es su opinión acerca de la suspensión de las excarcelaciones, si existe un recurso por parte de la Fiscalía según la sentencia del Tribunal Supremo?
Pues mire, voy a ser muy prudente. Me ha sorprendido mucho la resolución, me la he estudiado. Me ha llamado mucho la atención, tanto los votos mayoritarios, como los particulares, pero también es cierto, y tengo que reconocer, que nosotros estamos en este momento carentes de una Ley de Procedimiento Penitenciario que el legislador no quiere en ningún momento dar. Quizás hubiera sido mejor haberla llevado por un cauce legislativo que hubiera dado lugar a un debate, a una discusión.

¿Ha llegado el momento de una reforma de la Ley Orgánica General Penitenciaria?
Totalmente. Estando de ministro Alfredo Pérez Rubalcaba y presidida la Comisión por don Carlos García Valdés ,que ha sido la piedra angular del sistema penitenciario español, como padre de la Ley actual. Se vio la necesidad de una reforma, él lo denominaba relectura, y así hicimos un proyecto muy interesante. ¿Por qué? Primero, porque la ley no se acomoda en la clasificación de Centros a lo que tenemos actualmente. Segundo, el sistema disciplinario está totalmente obsoleto. Tercero, figuras muy importantes, como por ejemplo, el 100.2 del RP que es necesario potenciar, están previstas en la Ley y no están previstas en el Reglamento Penitenciario. Figuras como la libertad vigilada donde el Juez propone pero no resuelve y que tenga que ser el tribunal sentenciador, obliga a la necesidad de esa relectura de la ley.

Espero que se este órdago que le estamos echando ahora, se tome en consideración y efectivamente esa reforma llegué más temprano que tarde.

En muchas ocasiones se ha calificado el artículo 100.2 del rp como un fraude de ley. Los jueces de vigilancia penitenciaria y los fiscales, en diversas de sus reuniones han solicitado, la necesidad de un mayor de un desarrollo al respecto. ¿Ha llegado el momento de modificar la Legislación Penitenciaria?
El 100.2, el 114 y el 117 del rp son instrumentos valiosísimos en la evolución penitenciaria. En muchas ocasiones hay personas que no pueden acceder a un tercer grado, pero podrían acceder a un conducto de semilibertad vía 100.2 del rp. Y desde dos perspectivas, desde la perspectiva de la progresión del sujeto —en lo que llamamos tratamiento— y desde la perspectiva de control por parte de la administración penitenciaria. ¿Por qué? Porque el tercer grado, según sea el artículo 83, 84 u 86 del rp, lleva consigo un régimen de vida prácticamente automático.

El 100.2 lo puedes moldear entonces, “bendito 100.2, bendito 117 que nos permite trabajar, incorporar esa evolución del sujeto con cotas de libertad”. ¿Qué ocurre? Pues que quizá nos tengamos que mentalizar de este 100.2 como una modalidad más intermedia de grado. Sé que técnicamente no es así, pero tendríamos que concienciarnos en ello, potenciar a los equipos técnicos para que trabajen en esa vía del 100.2 y desde luego acudir a una reforma legislativa. Lo que no podemos hacer es, que algo que afecta tan importante como es la clasificación penitenciaria se regule reglamentariamente y no vía ley. Pero le diré que yo apuesto y concedo de una forma —no digo generosa pero muy habitual— el 100.2, porque para mí es uno de los instrumentos realmente valiosos que se incorporaron en la reforma reglamentaria.

Tanto el exceso, como el defecto en la pena punitiva es perjudicial para el individuo. ¿Existe alguna fórmula para poder calcular en cada caso cual es la pena que debe cumplir cada interno?
Nosotros trabajamos desde una perspectiva, que no es otra que un pasaporte, que es la sentencia. Es lo que nos marca todo. Hay personas que vienen y me dicen que no están de acuerdo con tal cosa de su sentencia, porque no es verdad, porque se ha interpretado mal. Será discutible, pero tenemos que trabajar con eso. Desde esa perspectiva, tenemos que buscar las alternativas, no tanto en la medición de la pena o en su aplicación, sino en buscar otras soluciones que a veces no se ven.

Por ejemplo, la figura del indulto en el ámbito penitenciario, recogido en el artículo 206 del Reglamento, es que no lo pide nadie. Y ves gente con ocho años de condena que a partir de la mitad podría pedirlo. Y es que los abogados desconocen esa figura jurídica. Un 117 o un 114 cuando se tiene que pedir, ¿qué soluciones se puede se pueden dar? Entonces, pienso que tenemos unas de instrumentos importantes que muchas veces no se no se aplican o no se reclaman, digamos por los internos o no se aplican por la administración. Bien sea por desidia o bien por desconocimiento. Lo que creo es que hay que plantearse que la sentencia marca el camino, y la evolución del sujeto es lo que nos permite medir la ejecución de la pena.

A raíz de su contestación ¿no cree que el derecho penitenciario se ha visto como el hermano pobre del derecho penal?
En mi caso tengo la suerte de que en el Juzgado de Menores pongo sentencias. Entonces ya puedo ser un juez de primera, pero es cierto, que se ve como una hermana pobre. Y eso genera un problema muy gordo. Y lo hablo a veces con mis compañeros de la Audiencia Nacional y les digo: “vosotros veis a la persona privada de libertad durante un período de tiempo que es el juicio, le ponéis una sentencia, pero esa persona realmente con quien convive —los años que le condenéis— es con la administración penitenciaria y con el juez de vigilancia que le corresponda. Entonces, hacerle un poco más de caso, sobre todo muchas veces en el tema de las apelaciones”. Luego ves que se revocan resoluciones que tú sabes que esa persona merece ese beneficio —porque has hecho un seguimiento— y desde la perspectiva del Tribunal sentenciador se sigue con el run run de aquella sentencia tan dura que se puso, y que realmente se mantienen unos parámetros, que creo que no son los propios penitenciarios.

Y tenemos la suerte de tener un derecho penitenciario muy bueno. Tenemos la suerte de tener unos profesionales que trabajan muy bien y tenemos una suerte frente al derecho penal. En el Derecho Penal a la hora de imponer la sentencia, el juez tiene que fijarse en parámetros proporcionales, tal delito, autoría, agravantes, atenuantes; tanta pena. El Derecho penitenciario parte de eso, pero tiene la flexibilidad, porque quitando el periodo de seguridad que en muchas ocasiones puede rebajarse, realmente podemos trabajar con la evolución de la persona. Eso es con lo que nos tenemos que quedar.

Dentro de lo que es la realidad penitenciaria ¿cree que los internos y sus familias, son conscientes de la importancia de la figura del Juez de Vigilancia Penitenciaria?
No solo lo ignora, hay veces que parece el enemigo, pero entiendo que la figura del juez de vigilancia tiene es más para ayudar, que para lo contrario.

La justicia restaurativa, ¿un curso o una nueva forma de justicia?
Vamos a ver la justicia restaurativa como curso bendita sea. La gente que ha tenido problemas y delitos económicos ha sido realmente su salvación. Entonces, dejemos las cosas como están y potenciamos la justicia restaurativa como curso. Ahora bien, la justicia restaurativa como alternativa a determinados delitos me parece que es muy importante. Porque la justicia restaurativa tiene una ventaja y es que beneficia a la víctima, porque ve restaurado el daño que se le ha causado.

¿Ha llegado un momento de la entrada de las nuevas tecnologías en los centros penitenciarios para los internos?
Desde luego. Se ha hecho mucho. Como llevo muchos años recuerdo cuando la posibilidad de conceder un ordenador a una persona para que lo utilizara era un trabajo de Hércules. A día de hoy se ha adelantado mucho, pero siempre hay que tener en cuenta la seguridad.
Desde la parte de las nuevas tecnologías como alternativa a la pena, pienso que son fundamentales para la posibilidad de los beneficios penitenciarios o para diversos grados, con un control a través de pulsera o cualquier otro dispositivo, ya es posible. Creo que realmente beneficia y permite además, primero cotas de libertad para el sujeto, y también descargar lo que es el peso de la propia administración penitenciaria.

Bienvenida sean siempre, con el máximo rigor y con la máxima seguridad y sobre todo también desde la perspectiva de la dignidad de la persona, en el caso de que se trate de medios telemáticos.

Por sus años de experiencia, ¿cree necesario que los funcionarios de prisiones tengan la facultad de ser agentes de la autoridad?
Totalmente. En la Ley de Seguridad Ciudadana había una previsión para darle esa condición y creo que el funcionario de prisiones es una persona que debe tener la condición de autoridad y tener el principio de indemnidad, en el sentido de que debe estar al lado de cualquier otro funcionario público, otro servidor; como por ejemplo, puede ser en el ámbito policial así como tener los mismos derechos.
Los funcionarios de prisiones han sido muy competentes, y en mis treinta años de ejercicio, lo he vivido. Han sido profesionales extraordinarios dentro de lo que es la globalidad de la administración muy preteridos, muy olvidados. Hoy no ocurre tanto esto. Están en unas situaciones mucho mejores, pero siguen estando muy olvidados.

Y lo que no nos damos cuenta es que a los funcionarios de prisiones, este país les debe muchísimo. ¿Por qué? Porque más allá de que pudieran ser objetos de atentados y secuestros por parte de eta, mucha de la información que se tenía de organizaciones terroristas, han venido a través del trabajo que han hecho los funcionarios de prisiones. Por ello repito, mi máximo reconocimiento, mi máximo agradecimiento y mi máximo afecto.

¿Qué significa para un juez el decidir sobre la situación de internos tan dispares como pueda ser alguien con un delito de terrorismo, otro de corrupción u otro de narcotráfico?
Antes de nada intento ver a la persona, intento aislarme de lo que es el entorno, porque si no sería imposible, y ver lo que me dicen los informes desde una perspectiva individualizada.Lo único es que luego hay matices. ¿Por qué? Porque tú sabes que, por ejemplo, en delitos de terrorismo, la ley te va a exigir unos requisitos específicos que no te exige a lo mejor en narcotráfico. O por ejemplo, en el tema de corrupción, sabes que tú tienes que plantear el problema desde la perspectiva de la responsabilidad civil, desde la perspectiva de la justicia restaurativa y desde la perspectiva muy importante de trabajos de voluntariado. Eso es lo que tú tienes que matizar en cada supuesto, pero sin duda alguna y créame, que es así, lo más importante siempre es el individuo. El individuo como sujeto, como sujeto personal y sus propias circunstancias.

Usted me consta que es gallego, y orgulloso de serlo, ¿se le ve cuando sube o cuando baja?
Mire, yo le voy a explicar cómo son los gallegos. Me siento muy orgulloso de ser gallego y de ser español. Además las dos cosas son complementarias. Ustedes, los que no son gallegos, les ven que no saben si sube o si baja, pero el gallego, si lo sabe. Ahí está la clave, jugamos con ventaja.

¿Qué nos diría a los internos de Soto del Real?
A los internos de Soto y a todos en general, lo que les diría es que estar en la cárcel es muy duro. Estar privado de libertad, no solo es la libertad de movimiento, sino el alejamiento de la familia, el alejamiento de los seres queridos, el plantearse que hay muchas personas como decíamos antes que sufren por uno. Entonces lo que les diría fundamentalmente, es que intenten hacer las cosas lo mejor posible, que intenten participar en todas las actividades que da el Centro. Que busquen aquellos beneficios penitenciarios a los que pueden acceder y que muchas veces son desconocidos y, sobre todo, que asuman su responsabilidad, que piensen que de aquí se sale, pero que hay que salir en condiciones para que no se vuelva a entrar.

“La vida es muy hermosa, la vida está ahí fuera y realmente hay que empezar a vivirla.”