En algunos lugares del mundo, antes de que alguien nazca, tiene ya un nombre. En algunos lugares del mundo, después de nacer, hasta no saber que alguien va a sobrevivir, se le llama «todavía», queriendo decir «todavía no tiene nombre».

En algunos lugares del mundo, antes de que alguien nazca, tiene ya un nombre. En algunos lugares del mundo, después de nacer, hasta no saber que alguien va a sobrevivir, se le llama «todavía», queriendo decir «todavía no tiene nombre». Nombrar es reconocer la individualidad y la diferencia. Nombrar es darle a al­guien su lugar en el mundo.

¿Y cuando no conocemos el nombre o queremos nombrar a un colectivo? Pues está «la gente», esa con la que parece que no tenemos nada que ver, esa que hace las cosas como no nos gusta, esa a la que culpamos porque al ser indefi­nida sentimos que es un saco donde todo cabe. Hay gente de bien, claro, o tu gente (tu familia), pero en esa pluralidad parece que la vida y la riqueza inte­rior se pierden.

Por eso, me gusta más usar la palabra «persona». La persona es también el personaje que toma parte en la acción de una obra literaria. De manera indi­vidual, una persona relevante o una persona desconocida es la protagonista de su propia historia. Ahí está cada uno y cada una. Con sus gustos, sus ex­periencias, su mochila, sus sueños. Aquí dentro y ahí fuera. Aunque en algu­nos lugares del mundo crean que aquí estamos «la gente», todos los colectivos están formados por «personas». Que no se nos olvide

Por: Sylvie Riesco Bernier