Historias de una Guerra es una crónica contada por un grupo de corresponsales de guerra sobre un escenario. Historias reales de personas que se fueron a dormir como cualquier otro día y se despertaron en un mundo totalmente desconocido. La Guerra, que en palabras de un niño es cuando las personas disparan, lo cambia todo. Cuatro corresponsales de El País acercan en primera persona las experiencias de personas con nombres y apellidos.
Las historias contadas a través de la voz de estos profesionales nos hablan de niños que juegan entre escombros, que intentan ser eso, niños, y que entre juegos los adultos logran transformarles las explosiones en fuegos artificiales para mantener viva sus sonrisas. Nos hablan también del color, del arcoíris, cuando se refieren a un joven del colectivo LGTBI que como tantos otros se alistó para defender a su país arriesgándolo todo. Nos hablan de las flores que también crecen entre escombros y de aquella mujer, otra de las protagonistas, que las cuida con un mimo que logra mantener algo de color entre tanto gris.
El amor es otra de esas facetas a la que nos acercan estos reporteros de guerra, y que también es capaz de florecer entre las ruinas. Enamorar y enamorarse son otras de las historias que más conectan con todos porque ¿quién no se identifica con el amor? Las historias que llegaron hasta aquí de la mano de otro de estos magníficos profesionales demuestran que el amor todo lo puede. Que por amor todo se soporta y todo se sacrifica. Incluso cuando la guerra te separa o te arrebata al ser amado hay que seguir adelante, luchando. Porque quien ama nunca es vencido.
Historias de una Guerra podría ser nuestra propia historia, la de cualquiera de nosotros y eso es lo que lo hace tan especial, tan cercano. Estas experiencias nos descubren que lo importante no es lo material Que se deben valorar las cosas en su justa medida y que son las personas y la humanidad que hay dentro de ellas lo que de verdad importa.
Lo que intentamos hacer con los monólogos es prestar nuestra mirada por un ratito a los que escuchan desde el patio de butacas para que vean lo que vimos. Pensé que el reto sería mayor sobre el teatro del Centro Penitenciario de Madrid-V; lograr que los internos viajaran más de 3.000 kilómetros desde Soto del Real hasta Ucrania. Lo conseguimos: mientras narrábamos pude escuchar y sentir los suspiros de pesar, gestos de emoción y sorpresa, de asentimiento e incomprensión ante la barbarie. También nos dejaron alguna sonrisa por alguno de nuestros chascarrillos. Subirse al escenario ante un público privado de su libertad es especial, pero sobre todo lo fue ver cómo se dejaban llevar por los relatos. Cuando se apagó la luz fue como siempre. Un interno me preguntó al salir por qué habíamos ido a contárselo a ellos. “¿Por qué no?”, le respondí. “Vosotros también merecéis ser informados”.
Cuando salimos de la cárcel de Soto del Real, una frase fue común entre nosotros: “Ha sido una experiencia increíble”. A todos nos sorprendió el silencio. Pocas veces lo habíamos sentido de una manera tan rotunda en una función de Historias de una guerra. Luego, esa noche, lo seguimos comentando en nuestro grupo de whatsapp:
—Ha sido una función chulísima.
—Me ha encantado el día.
—Una experiencia cojonuda.
—El público ha estado muy bien y ha habido hasta una buena crítica final.
—Qué gozada, chicos.
—El coloquio ha sido muy interesante también. Muy buenas preguntas.
Ojalá que al público le haya interesado tanto como a nosotros nos ha gustado hacerlo y llevar a Soto un trocito de la guerra de Ucrania que vivimos. Muchas gracias por todo.
No es casualidad que el texto que me tocó representar en Soto empezara diciendo: “En mis reportajes siempre me han llamado la atención la historias de dignidad en los momentos más jodidos del ser humano…”. Entonces hablo de aquellas madres de Haití que después de un salvaje terremoto lograban lavar y vestir entre los escombros a sus hijos para llevarlos peinados y aseados a la escuela. Y de los Barahona, una familia hondureña que llevaba diez días viviendo bajo un puente tras el paso de un huracán y que cada día limpiaban sus ropas y barrían el trozo de cemento sobre el que dormían. En Ucrania, estas dos ideas, ‘jodido’ y ‘dignidad’ las protagoniza un conductor de autobús que puntualmente recorre cada mañana una linea sin pasajeros. O la jardinera municipal que cambia las flores de una ciudad donde no queda nadie. Y pocos lugares tan apropiados para hablar de esto como Soto, donde la dignidad y los momentos más duros se dan la mano. Pocas veces hemos sentido un silencio tan genuino y un respeto a lo que hacemos y a lo que sucede a miles de kilómetros que en esta actuación.
Estrenamos Historias de una guerra en diciembre de 2022. Desde entonces, este espectáculo en el que un puñado de periodistas de El País contamos lo que más nos emocionó de Ucrania ha pasado por teatros de Madrid, Valencia y Segovia. Pero lo del otro día fue especial. No íbamos a contar nuestras aventurillas a lectores que tras hora y media de monólogos volverían a sus casas y a su vida normal, sino a personas que, al igual que los soldados de Ucrania, aunque por motivos muy distintos, saben lo que es estar alejados de sus seres queridos.
La experiencia fue muy enriquecedora. Espero que lo fuera para el público de Soto del Real, pero sin duda lo fue para nosotros. Siempre recordaré la charla tras el espectáculo con algunos de los asistentes que tan calurosamente nos recibieron. Y, sobre todo, las palabras de uno de ellos: “No sabéis lo que esto significa para nosotros. Nos ayuda más de lo que os podéis imaginar”.
Cómo informarse estando aislado
Durante la conferencia los reporteros de El País pudieron charlar con algunos internos. Uno de ellos “con más de 20 años de experiencia en el mundo del espectáculo” resume lo que acaba de ver como “un excelente verbatim drama” [teatro testimonial] que le ha recordado a Pirandello. “Leyendo las noticias te distraes, pero así de bien contado te atrapa… Y con nada de producción, apenas cuatro sillas… Menos es más. Me ha conmovido. Pones esto en la Gran Vía y arrasa”.
También se interesaron por conocer cómo los internos de la prisión tenían noticias del exterior. Sin internet, el acceso a la información es más restringido y se basa en la televisión o la radio (que hay que adquirirlos en el economato) o la prensa (previa suscripción). También existe una televisión en los módulos de uso común. “Aquí cada ejemplar se lee muchas veces”, dice Eduardo, interno de Soto del Real, refiriéndose a cada periódico que llega al módulo y que se deja en la sala común o la biblioteca.