El Quijote fue un libro muy conocido en su época. Hay dos testimonios muy conocidos que siempre se citan. El primero es el de un noble español que sorprende a un criado muriéndose de risa mientras lee el libro de Cervantes. Esto significaba que había una clase social baja, que sabía leer, y que se entretenía con obras como El Quijote. El siguiente testimonio aparece en los carnavales de 1618 donde hay cientos de personas a lo largo de España que se disfrazan de Sancho Panza y don Quijote. Es decir: el hidalgo y su escudero son figuras tan conocidas y populares que la gente recurre a ellos como disfraces al igual que hoy algunos podrían vestirse de Darth Vader o Spiderman.
Esto plantea un problema. Hemos aprendido que las obras de la alta cultura son siempre minoritarias. Algo tiene calidad cuando es valorado únicamente por unos pocos elegidos. Adviértase la ironía de esta aseveración. Pero seguro que muchos de ustedes comparten o han utilizado en ocasiones este pensamiento: si es de masas, no puede ser bueno.
Sea como fuere, nadie se tomó en su tiempo tan en serio El Quijote como hacemos hoy. El testimonio del criado que se ríe leyendo la obra es muy ilustrativo. En primer lugar, y casi como sigue ocurriendo hoy, se tenían por más importantes las obras trágicas que las de comedia. No era una idea nueva. La Poética de Aristóteles ya incluía estos razonamientos. Acuérdense de la opinión del malvado Jorge de Burgos en “El nombre de la rosa” acerca de la risa.
Las aventuras del hidalgo de La Mancha fueron valoradas pero no consideradas un clásico. No era una obra digna de ser transmitida y preservada. Piensen en esas listas de películas calificadas como muy encomiables en las que siempre sale Ciudadano Kane, que es un tostón de mucho cuidado, pero en la que nunca se incluiría una comedia del tipo Torrente del director Santiago Segura que sigue siendo tenida por una obra zafia para gente zafia. En su momento, créanme, El Quijote estaba más cerca de ser vista como una obra cercana a Torrente que a Ciudadano Kane. La inclusión de El Quijote dentro del canon occidental por donde pululan autores como Dante, Shakespeare, Rabelais o Goethe llegó más tarde. Esa elevación de obra de entretenimiento a obra imprescindible se produjo durante la Ilustración en España, Francia, pero sobre todo en Inglaterra, donde la leyeron, admiraron, editaron, plagiaron y evocaron. El ejemplo más señero es el escritor inglés Henry Fielding quien en 1742 publica una novela llamada “Joseph Andrews” la cual lleva el subtítulo de written in imitation of the manner of Cervantes, the author of Don Quixote. O sea: “escrito imitando el estilo de Cervantes: el autor de Don Quijote”. Habían pasado casi 150 años desde la publicación de la primera parte (1605). En este proceso de endiosamiento de El Quijote será el romanticismo alemán quien lo acabe de encumbrar y a ellos les debemos la visión del loco maravilloso que persigue sus sueños a pesar de las bofetadas que le atizan.
Esta visión, además, es la que ha calado en la mayoría del público y, lo que es aun peor, entre quienes insisten en perpetrar adaptaciones al cine a cada cual más lamentable. Échenle un ojo a lo que ha parido el bueno de Terry Gilliam con “El hombre que mató a Don Quijote” (2018). De cualquier modo, a pesar del laborioso trabajo de reconstrucción, no terminamos de saber qué quería hacer Cervantes y qué mensaje quería enviar –si es que quería mandar alguno- a la posteridad. Se me antoja que él se habría sentido más cómodo encuadrado cerca de Torrente que en los aledaños de Ciudadano Kane. Pero esta es solo una intuición. El análisis literario de la obra de Cervantes tiene un obstáculo constante: es un tío que cae bien con una vida muy divertida. Esta valoración produce un prejuicio positivo que emborrona el necesario y frío escrutinio de sus libros. No es extraño que a principios del siglo XX algunos lo vieran como un ateo republicano de izquierdas. El manco de Lepanto resulta tan simpático que todos quieren atraerlo a su causa. Es lógico. Todo lo dicho anteriormente muestra que El Quijote se ha llenado de maleza que ahora toca podar. O no. Quizá sea esta la única manera de convivir con la obra de Cervantes: que cada uno lo reduzca a un meme de internet, que escoja la frase que más le guste y que le dé la interpretación que más le apetezca.
PUBLIUS
Interno del C.P. Madrid-V.Foto: Pavas.