Si en Ampara tenemos algo claro es que ser voluntario es, ante todo, un privilegio, por eso nos gustaría comenzar dando las gracias a todas aquellas personas y entidades que nos permiten ejercerlo. Fundamentalmente a Instituciones Penitenciarias y a los equipos directivos de todos los centros donde llevamos a cabo nuestras intervenciones en el marco de nuestros programas Padua y Malala.
Hace más de 30 años, un grupo de corazones inquietos y generosos cruzó las puertas del centro penitenciario de Carabanchel, en Madrid, lo que encontraron allí cambió sus vidas para siempre, descubrieron una realidad que muchos desconocen: en un entorno, a priori hostil, madres y niños vivían juntos, tratando de mantener una rutina que, en las circunstancias más duras, ofreciera a los pequeños algo parecido a la normalidad.
A partir de esa experiencia nació una convicción que sería el pilar de lo que es hoy el programa Malala de Ampara: esos niños necesitaban algo más que estar junto a sus madres. Necesitaban ser niños, jugar, correr, reír, celebrar y descubrir el mundo como cualquier otro niño de su edad. Pero, sobre todo, necesitaban salir, ver las cosas bajo la luz del sol, a lo lejos, sin rejas, sentir el viento en la cara y la libertad en el corazón. Así fue como en 2015, Ampara se constituyó como una entidad jurídica, con la firme misión de ofrecerles lo que la situación de sus madres les negaba: una infancia plena y llena de oportunidades.
Hoy, Ampara es la única organización en la Comunidad de Madrid que se dedica a llevar a cabo actividades lúdicas y de desarrollo con estos niños y niñas, dándoles un espacio donde pueden ser simplemente eso, niños. A través del programa Malala se realizan actividades todos los fines de semana, en las que los menores salen al aire libre acompañados de nuestras voluntarias y voluntarios. Las excursiones son pequeñas ventanas hacia la libertad, hacia un mundo en el que no existen muros, en el que los juegos al aire libre y los paseos por espacios verdes les recuerdan lo que significa ser niños sin restricciones.
En el Zoo, en Faunia, o en el Parque Warner, sus ojos se iluminan de la misma manera que los de cualquier niño cuando ve a un león por primera vez, o se sube a una montaña rusa por pura diversión. Estos pequeños gestos son gigantes en sus vidas, porque les permiten sentirse parte de un mundo más grande, un mundo que, aunque ellos no lo sepan aún, también les pertenece.
Además de las salidas semanales, Ampara organiza celebraciones especiales dentro de los centros penitenciarios. Fiestas de cumpleaños con regalos, tartas y velas. Celebraciones de Carnaval, Navidad y Reyes Magos donde los niños se disfrazan y reciben la visita de los Reyes de Oriente. Los voluntarios se visten para la ocasión, y con roscón y dulces en mano, llenan el ambiente de ilusión y esperanza.
Por último, cada año Ampara organiza un campamento de verano y otro de invierno. Durante unos días, madres con permiso, voluntarios y niños conviven como una gran familia. Estos campamentos son una oportunidad para todos de desconectar de la realidad, de disfrutar del aire libre, de nadar en la piscina, de hacer excursiones por la naturaleza, y de participar en talleres que les permiten crecer como personas y fortalecer los lazos entre ellos. Esos días son un respiro, una pausa necesaria en medio de la dureza del día a día, en los que las madres pueden ver a sus hijos disfrutar sin preocupaciones, y los niños pueden olvidar, temporalmente, la realidad que los rodea. A veces también acuden hermanos más mayores que han superado la edad permitida (actualmente tres años) para convivir con sus madres en prisión. Esto permite a los hermanos pasar un tiempo juntos, y compartir experiencias en un entorno familiar del que no pueden disfrutar habitualmente.
En Ampara creemos que cada niño merece una infancia plena, independientemente de las circunstancias en las que haya nacido. Trabajamos día a día con la convicción de que estos niños y sus madres necesitan algo más que palabras de aliento. Necesitan acciones que les recuerden que no están solos, que hay un mundo allá afuera lleno de oportunidades, y que, pase lo que pase, siempre habrá alguien dispuesto a tenderles la mano. Creemos que con cada actividad que organizamos, estamos plantando una semilla de futuro en estos niños. Un futuro que, aunque ellos no lo sepan aún, puede ser tan brillante como el de cualquier otro.
Ampara más que una organización es un abrazo colectivo, somos todos los abrazos que nuestros voluntarios dan y reciben a diario, abrazos que prueban que la solidaridad puede cambiar vidas. Las vidas de nuestros niños, de sus madres y sobre todo las vidas de nuestros voluntarios, con la certeza de que mientras sigamos aquí estos niños y sus madres no estarán solos.
Finalmente, las salidas terminan todas de la misma manera: regreso en autobús al centro penitenciario o a la unidad de madres, los niños cansados y los voluntarios más cansados aún, pero todos felices.
Los niños son muy pequeños y seguramente no guardarán un recuerdo consciente de estas vivencias, los voluntarios, en cambio, sí conservarán para siempre en su corazón cada sonrisa, cada mirada, cada beso recibido de estos pequeños. El cansancio desaparece pronto, la alegría en el corazón dura mucho más…
No queremos terminar sin contaros el por qué del nombre de este programa, Malala. Como muchos sabréis Malala Yousafzai fue una niña paquistaní, ahora ya mujer, que recibió un disparo a los 15 años de edad por el mero hecho de ser mujer y querer acudir a la escuela.
Todos merecemos las mismas oportunidades independientemente de nuestras circunstancias, en Ampara así lo creemos e intentamos aportar nuestro pequeño grano de arena.
Como decíamos al principio ser voluntario es un privilegio, en Ampara os esperamos con los brazos abiertos. Muchas gracias.