
Lejos de tratar sobre los temas jurídicos que implica el cumplimiento de las penas privativas de libertad, y en los que siempre ando envuelto como abogado, en esta ocasión no me toca hablar de cuestiones de papeleo, en esta ocasión no me toca hablar como un abogado que ha estado preso que se dedica al asesoramiento de las personas privadas de libertad y la defensa de sus derechos y los de sus familias. En esta ocasión me toca hablar en primera persona, es decir, como un ser humano que ha estado privado de libertad.
Empezaré diciendo que las penas privativas de libertad suponen en la práctica totalidad de los casos una muerte civil que en muchos casos, y por desgracia, son el precedente de una muerte física. En todo caso diré que siempre es una muerte, en el sentido de que nunca se vuelve a ser el mismo después del paso por una prisión, a veces para bien y en muchos casos para mal. Por eso al proceso de acompañamiento humano al que quiero invitaros yo le llamo Programa Lázaro.
Nada mejor que este medio incomparable para poder deciros a todos los que estáis pasando por el proceso que es necesario levantarse y andar… seguir andando.
Esto no es un proceso sencillo, el desgaste psicológico y físico que supone este proceso de resurrección civil es durísimo y está lleno de sufrimientos y padecimientos, sobre todo y fundamentalmente psíquicos. Por eso tenemos que alentarnos entre todos y poner en marcha distintos tipos de iniciativas que tengan como aspecto fundamental y central el aspecto humano en el cumplimiento de las penas privativas de libertad para todos aquellos que estáis cumpliendo condena y para todos aquellos que han recuperado su libertad o están próximos a recuperarla aunque sea parcialmente durante el disfrute de un permiso ordinario de salida, o cuando están en Tercer Grado o cuando han sido excarcelados ya sea con la Libertad Condicional o la Libertad Definitiva.
Durante todas las fases de cumplimiento de la condena el aspecto humano está totalmente olvidado por la Administración Penitenciaria, mucho más en la fase de excarcelación en la que el olvido es total y es, quizás, cuando más hace falta un acompañamiento humano porque se crean muchas situaciones anómalas que dificultan tu día a día. El aislamiento que se vive cuando se cumple condena en un Centro Penitenciario, como sabéis, es total. Las rutinas son demoledoras y despersonalizadoras, van acabando con todos nosotros como seres humanos y nos convertimos en un engranaje de una cadena de represión que te anula como persona. Se adquieren una serie de hábitos que empiezan a formar parte de nuestro ADN y te empiezas a convertir en adicto a los mismos. Tanto es así que cuando de pronto desaparecen hasta los puedes llegar a echar de menos y no sabes como enfrentarte a la vida normal sin ellos, sin esas rutinas.
En estos momentos es cuando más ayuda necesitas, estás libre, deberías estar muy feliz y contento pero se arrastra una losa importante que la forman el hormigón y el hierro de las celdas que han sido tu lugar de residencia durante los últimos tiempos. Acostumbrarse a otra realidad es muy difícil y el camino está plagado de minas que pueden explotar en todo momento.
Voy a contaros, a modo de ejemplo, una serie de episodios vividos por mi en primera persona y lo voy a hacer con un ruego y es que lejos de que os quedéis con la anécdota que suponen los mismos, tomemos conciencia de que son episodios que se viven con mucha angustia y ansiedad y sobre todo porque no consigues transmitirlos a nadie, porque es muy difícil hacerte atender y sólo los que han pasado por esta experiencia pueden llegar a comprenderte. En muchos casos me reúno con compañeros a tomar un café y hablamos de estas cosas y de estos sentimientos que ahora voy a compartir con vosotros. Cafés que se tornan en improvisadas terapias de grupo que nos ayudan a seguir adelante.
Durante mi primer fin de semana que disfrutaba en libertad cuando me concedieron el Tercer Grado Penitenciario se produjeron unos hechos que se repitieron con mucha frecuencia en esos primeros momentos de semilibertad. El primer despertar en mi habitación, en mi cama fue muy raro. Estaba acostumbrado a madrugar y a levantarme con una sirena durante más de cuatro años y ahora eso no tenía por qué ser así. Estaba despierto con los ojos abiertos en mi cama escuchando el ruido que hacía mi familia en el resto de la casa. Mi puerta estaba cerrada y yo estaba sentado en una silla de mi habitación esperando no sé muy bien qué. Pasé así dos largas horas y el tiempo avanzaba. Mi familia preocupada porque no salía me envió un mensaje al teléfono en el que me preguntaban si estaba despierto y por qué no salía de mi habitación. No contesté, me quedé mirando el teléfono diciéndome a mí mismo la respuesta, y es que no salía porque nadie me abría la puerta y había perdido la capacidad de abrir por mí mismo. Simplemente no salía porque nadie me había abierto la puerta de mi habitación. Me sumí en un estado de inquietante preocupación e intranquilidad. Este fenómeno se repitió durante mucho tiempo y lejos de arreglarse lo que hice y aún hago es que quité la puerta de mi habitación y así permanece. He desarrollado una animadversión total a las puertas cerradas.
De la misma forma diré que durante la noche estaba en mi habitación preparado para acostarme y sentado al borde de la cama, no me animaba a tumbarme en la misma aunque el cansancio y la intensidad de los días que estaba viviendo hacían que me cayera de sueño. Preguntándome a mí mismo por qué no me acostaba. Tengo que decir que estaba acostumbrado a no irme a dormir hasta que no pasaba el recuento, alguien que me abriera la puerta y me recontara, era la señal de que el día se había terminado y ya podía irme a dormir si quería. Al no producirse este hecho, al no recontarme nadie no era capaz de tumbarme en la cama para dormir. Darme cuenta de todo esto, y que era incapaz de ir avanzando en este tema, hacía que no pudiera dormir ni descansar, esta sensación fue desapareciendo poco a poco. Pero tengo que decir que la ansiedad iba creciendo y no siempre ha sido fácil gestionar esas emociones.
Otro de los episodios que puedo contar es el relacionado con las megafonías y las sirenas de los colegios por ejemplo. Estoy seguro que conocéis el hecho de que en la cárcel los avisos a los internos los funcionarios los realizan por megafonía, dicen tu nombre y tú tienes que estar muy atento por si es el tuyo para acudir al aviso con la mayor prontitud posible. No acudir a estas llamadas con la debida celeridad puede dar lugar a una sanción disciplinaria. Es por ello que cuando estas en el patio y los altavoces de la megafonía empiezan a escupir nombres yo siempre me paraba en seco para ver si era mi nombre el que sonaba. Sabéis también que en muchos supermercados y grandes superficies ésta es también la manera de anunciar y promocionar sus productos o de llamar al personal que trabaja en ellos para que se incorporen a un destino u otro. Tengo que decir que cada vez que suena una megafonía en estos sitios me quedo parado para ver si es mi nombre el que suena. Al igual me ocurre con las sirenas de institutos o colegios en los que no puedo evitar sentir un sobresalto pensando que es una de las sirenas de la cárcel. Momentos en los que inevitablemente mi mente se retrotrae a ese período tan duro de mi vida.
He podido comprobar que esto no es un hecho aislado y que sólo me ocurre a mí. Tengo la oportunidad de hablar diariamente con muchas personas que han estado privadas de libertad y mutatis mutandi han tenido y tienen sensaciones como las que he contado y como las que yo vivo, de una manera o de otra siempre se produce algún fenómeno de estas características.
Quiero finalizar diciendo que es muy necesario el acompañamiento a la persona que ha sido excarcelada porque reincorporarse a la sociedad no es algo fácil y hacerlo sólo es muy duro. Tienes la sensación de que nadie te entiende, de que todo el mundo te señala y que la sociedad te ha vomitado y no quiere volver a ingerirte y hacer que te sientas parte de ella. Es probable que en buena medida esto sea así, pero también hay un alto índice de probabilidades de que todo esté en tu cabeza. La faceta humana es importantísima, además del papeleo tenemos que cuidar a las personas que han sido excarceladas en el ámbito humano, estar cercanos y poner los medios materiales y humanos para hacer que la resurrección sea posible, para poder decirle a los excarcelados las mismas palabras que un día escuchó Lázaro… ¡¡Levántate y anda!!
“Estaba acostumbrado a no irme a dormir hasta que no pasaba el recuento, alguien que me abriera la puerta y me recontara, era la señal de que el día se había terminado y ya podía irme a dormir si quería”
Samuel Huesca Triano
AbogadoEs el autor de un manual, escrito para presos por quien fue un preso. Formado como abogado en prisión, y ya ejerciendo como letrado, es capaz de conjugar los conocimientos jurídicos y su experiencia en la cárcel. Un manual «escrito por un preso, desde su celda», según sus palabras para aquellos privados de libertad o próximos a la libertad.