Foto: A.V.C

La Doctora en psicología clínica Patricia de la fundación Atenea nos aconseja unas pautas y rutinas a seguir enfocados a tener una salud mental óptima.

“Parece que está de moda, ahora todo el mundo dice que va al psicólogo” “si hasta Justin Bieber con lo petao que está” dice Juanma “si se va con Mayweather de pedo, de putas, que va a estar mal…”

Y yo digo: Es que eso no es una buena salud mental. Consumir alcohol y otras drogas, cuerpos, o amontonar bienes no es una señal de salud mental, más bien lo contrario.
De Justin Bieber se dice que estuvo involucrado en una trama de abuso infantil, y eso como psicóloga sé que puede romperte para toda tu vida, da igual que tengas dinero y posición.

En prisión hay gente que farda de haberse gastado 8.000 € en un reservado una noche de fiesta, seguro que se lo pasaron bien ¿no? ¿Eso es salud mental? Yo diría que es más bien cultura del atracón, del refuerzo inmediato, del no quiero pensar, ni sentir, ni vivir dentro de mí, así que necesito algo para desconectarme.

Porque estar conectado puede ser aterrador, sobre todo cuando no tengo buena salud mental. Aterrador darme cuenta de la violencia a mi alrededor, del aburrimiento, la pérdida de un familiar que me carcome porque ni si quiera le acompañe en su enfermedad, las personas a las que quiero pero trato mal, me tratan mal, pero son lo único que tengo y me aferro con todas mis fuerzas en una pescadilla que se muerde la cola.

Y entonces, ¿qué es salud mental?¿Es ir a correr al monte? ¿Es trabajar y pagarse una casa, hacer deporte, comer con la familia los domingos y llevar una vida ordenada? Pues no tiene por qué, pero ayuda.

Si no tienes eso es bastante más jodido, pero a veces, incluso uno parece que lo tiene todo y solo siente vacío. A veces uno dejó de escucharse, de atenderse y entenderse, de guiarse por las señales de su cuerpo para saber lo que quería y lo que no, lo que sentía o pensaba y actuar acorde a ello.

La coherencia con uno mismo puede ser más importante que los propios actos, vistos como “buenos o malos” porque bajo esas consideraciones también hay intereses y no todos tienen el mismo reconocimiento en una sociedad tan desigual.

Cuesta pedir ayuda, conectar emocionalmente con los demás. Y mucho más cuesta si lo tuviste difícil y estás siempre en guardia, esperando el mínimo movimiento para saltar, hay miedos que primero disparan y luego preguntan. “Para que llore mi madre que llore la suya” dicen algunos supervivientes. Esa sensación de guerra constante tampoco es salud mental, si no precisamente síntomas de estrés postraumático. Habrá que aprender a reconocerlos, para hacer algo con ellos. Porque en una guerra son muy útiles, pero ¿de verdad sigues en guerra? ¿O a veces tú mismo las empiezas? Igual estuviste tantos años lidiando con ello, que esa guerra acabó, pero sigue grabada en ti, en tus entrañas. Puede que siga ahí por si acaso, porque no sabes cuándo puedes volver a necesitar tus armas.

No es fácil salir a correr al monte armado hasta los dientes, ¿cuánto puedes aguantar? Porque igual tu ritmo es firme tres meses, de esfuerzo incansable, pero acabas asqueado y sigues desconectado. Igual no es tan “saludable mentalmente” hacer “cosas sanas” porque sí, igual es una carga que te vuelve a conectar con la insatisfacción. No hagas “por hacer”, piensa qué necesitas, prueba a escucharte bien.

Pero claro, con tantos gritos en tu cabeza, normal que te cueste escuchar. Todos esos mensajes confusos dando vueltas cuando te metes en la cama no te dejen dormir, pero, piénsalo bien antes de consumir. Un Diazepam calla las voces esta noche, pero igual también apagan tus sueños y vuelve a desconectarte, una vez más.

Mejor escucha, aunque te incomode, pregúntate que te está queriendo decir tu yo interno. Porque hasta las pesadillas tienen sentido, hasta los brotes psicóticos. Solo hay que traducirlo, a veces con ayuda, claro. ¿Qué te hacen sentir, que te dicen? ¿Qué tienes miedo? ¿Qué corres peligro?

¿Qué te dice la tristeza y la amargura cuando pierdes a un ser querido? Que no volverás a ver a esa persona, que tienes que hacer cambios y reevaluar, que hay que readaptarse. La tristeza te dice que pares, que llores, te entumece los músculos para que dejes de moverte y te pares a pensar. Así que cuidado con beber, fumar o quien sabe más “para olvidar”, porque adivina que va a pasar: Vuelta a desconectar.

Somos seres sociales, necesitamos conectar entre nosotros, eso alimenta nuestra autoestima y a la vez la estima de los demás sobre nosotros y sobre sí mismos. De hecho, conectar con el otro desde la calma y la curiosidad real, sin buscar sacar nada, es tan brutal, que puedes llegar a evitar beber en un ambiente festivo porque igual si consumes, te pierdes algo. Porque la persona con la que conectas requiere toda tu atención, y no te puedes dividir cuando realmente estás ahí.

Estamos diseñados para conectar, pero el trauma nos anula, la violencia nos anula, el maltrato por parte de los demás, la falta de información, las injusticias, la ausencia de atención… Nos anulan. Las pastillas nos anulan.

Y desde fuera así nos leen, como seres anulados, desvalorizados, seres que no empatizan, que no tratan bien, que no saben lo que quieren y entonces, no nos quieren ¿Cómo alguien va a querer estar con nosotros en ese estado? Quien iba a querer estar conmigo si ni siquiera yo me aguanto. ¿Cómo voy a respetar a los demás si ni siquiera me respeto a mí mismo? Porque también cuando pongo a los demás por delante de mí constantemente y no les pongo límites no me estoy atendiendo, no me estoy respetando. Así mal, aunque sea la persona más sacrificada del mundo “un ser de luz” desde fuera… si no miro hacia mí mismo también, toda esa sobrecarga será en vano.

Sabemos de sobra que a veces hacemos demasiadas cosas por los demás “y así te lo pagan, con puñaladas por la espalda” ¿por qué será? Puede que en parte porque “mucho” no significa “mejor”. Se puede regar una planta hasta ahogarla y atiborrar a un niño a chucherías, dar mucho y no generar más que mal a nuestro alrededor, aunque esa no fuera nuestra intención. Habrá que pensar de dónde viene esa necesidad de agradar, de contentar, de facilitar todo a los demás, porque ¿entonces donde quedo yo? ¿Eso es salud mental?
A esto estamos acostumbrados, ¿cómo vamos a tener una buena salud mental? Salud mental también es dormir tranquilo, pero no siempre se puede. No es fácil debiendo dinero o faltando en casa, tampoco lo es si tengo problemas en el trabajo, si me acosan, si me siento solo, vulnerable. Tampoco si duermo en un hogar donde hay violencia, o en un parque, en una celda, ni teniendo que aguantar a un compañero que ronca o me despierta con sus pesadillas.

Pero entonces ¿qué hacer? Lo que puedas, poco a poco, siempre se puede hacer algo. Come bien, intenta dormir 8 horas, haz deporte, vete algún día a correr al puto monte… Pero no lo hagas por “portarte bien” o porque te lo digan otros. Hazlo por autocuidado, porque nadie tiene más responsabilidad de cuidarte y hacerse cargo de ti que tú mismo. Y nadie te va a querer como te mereces, si no crees que lo mereces.
Sé que no es fácil si no te trataron así en tu vida, es muy chungo aprender a hacer algo por uno mismo, sin buenos profesores, pero en algún momento habrá que empezar, por difícil que sea. Empieza por intentar ser tú, entero, sin desconectarte, el mayor tiempo posible, seguro que eres mucho más interesante. Escucha al otro, intenta entenderle, aunque seáis tan diferentes. Tenemos más en común de lo que pensamos, todos sentimos, perdemos, ganamos, sufrimos y de una forma u otra nos desconectamos.
Y busca ayuda si es necesario, eso es una señal de salud mental.
A tu salud.

PATRICIA

Doctora en Psicología Clínica
Fundación Atenea G.I.D.